Me despertó la música de un camión
de agua que repartía por la zona. Al parecer los turcos eran muy
aficionados a tener agua de envase y pasaban los camiones por la
mañana con su música particular para que la gente supiera que ya
han llegado.
Ese día llegó Mete. Pero llegó con
una almorrana en el culo y apenas podía caminar. No sabía hablar
inglés. Jenk nos traducía lo que quería decir. Se pasó el día
tumbado en la cama boca abajo. Y Jenk, de vez en cuando, le tiraba
agua caliente con la tetera en el culo. Él decía, "voy a
ponerle el cacharro en el culo".
Marcial al ver eso me dijo: Estás que yo le hago eso a un amigo. Por mí se podría morir antes de tirarle agua caliente con una tetera en el culo.
Marcial al ver eso me dijo: Estás que yo le hago eso a un amigo. Por mí se podría morir antes de tirarle agua caliente con una tetera en el culo.
Por la tarde fuimos al Café del Mundo,
que era un local situado por el centro de la ciudad, cerca de donde
cruza la vía del tren, y tenía tres plantas, la última era una
terraza donde los fumadores podían fumar. Era un local de viajeros
donde todo está decorado con detalles y recuerdos de viajes, y en
sus estanterías están llenas de libros de viaje, y tienen, por
ejemplo todas las guías de la Lonely Planet en inglés. Sin duda se
convertiría en nuestro bar de referencia y sagrado de noches de
fiesta y desfase. Una parada esencial antes de ir a locales como Up
and Down, Hayal o 222.
Por
otro lado, puede sonar a chiste, a delirio o a tomadura de pelo.
Puede que no me toméis en serio o puede que me toméis por loco.
Pero tengo la absoluta convicción de que en otra vida fui musulmán.
Es
la única explicación que puedo dar al porqué cada vez que escucho
el canto de una mezquita se me ponen los pelos de punta. La primera
vez que escuché el canto estando cerca de la mezquita experimenté
una sensación abrumadora, la voz recorre todas las calles y no sabes
de dónde procede exactamente. El canto me atraía de una forma
hechizadora hacia la mezquita. Y cada vez que escucho el canto y
estoy cerca de una me acerco movido por un impulso casi instintivo
para escuchar plenamente el cántico. Suelen ser versos del Corán
interpretados como si fueran bulerías. Pero con un estilo turco
propio que hace que identifiques el cántico como “moro”. Pero el
sentimiento que ponen tanto en el flamenco como en el Salat (así se
llaman los rezos) tienen mucho que ver.
El
poder que esta oración ejerce en mí es tan grande que muchas veces
se me empañan los ojos de lágrimas. Encuentro en la oración un
cántico de amor puro. Los imanes, que vienen a ser los curas de las
mezquitas, a veces cantan desde una habitación con ventana al
exterior desde donde se les puede ver. Yo me quedo embobado
mirándolos. Y es algo completamente irracional, pero siento como si
mi espíritu quisiera acercarse a eso, y cuando lloro no soy yo el
que llora, es como alguien que está dentro de mí recordando algo
que vivió en su vida pasada. Como si mi espíritu llorase a través
de mí y no fuera yo el que verdaderamente llora.
Sinceramente,
esto puede sonar a locura. Pero pocas veces siento esa embriaguez que
me llena escuchando los cánticos. Sólo me emociono de la misma
forma cuando, a veces, mirando las estrellas adquiero total lucidez
de lo pequeños que somos. Pero no me vale con mirar las estrellas y
decirlo, sino que lo asumo, lo veo claramente, lo siento, y noto que
formo parte del gran cosmos, y es cuando se me saltan las lágrimas,
porque veo lo pequeño que realmente soy.
Yo,
Fredy, el tío que más ha criticado la religión. El que la ha
detestado desde siempre. Ese que si pudiera se cargaría todas las
religiones del planeta de un plumazo. Llegué a pensar que la
religiosidad (que no la religión) era algo precioso.