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jueves, 7 de enero de 2016

Capítulo 9 - Cánticos


Me despertó la música de un camión de agua que repartía por la zona. Al parecer los turcos eran muy aficionados a tener agua de envase y pasaban los camiones por la mañana con su música particular para que la gente supiera que ya han llegado.

Ese día llegó Mete. Pero llegó con una almorrana en el culo y apenas podía caminar. No sabía hablar inglés. Jenk nos traducía lo que quería decir. Se pasó el día tumbado en la cama boca abajo. Y Jenk, de vez en cuando, le tiraba agua caliente con la tetera en el culo. Él decía, "voy a ponerle el cacharro en el culo".

Marcial al ver eso me dijo: Estás que yo le hago eso a un amigo. Por mí se podría morir antes de tirarle agua caliente con una tetera en el culo.

Por la tarde fuimos al Café del Mundo, que era un local situado por el centro de la ciudad, cerca de donde cruza la vía del tren, y tenía tres plantas, la última era una terraza donde los fumadores podían fumar. Era un local de viajeros donde todo está decorado con detalles y recuerdos de viajes, y en sus estanterías están llenas de libros de viaje, y tienen, por ejemplo todas las guías de la Lonely Planet en inglés. Sin duda se convertiría en nuestro bar de referencia y sagrado de noches de fiesta y desfase. Una parada esencial antes de ir a locales como Up and Down, Hayal o 222.

Por otro lado, puede sonar a chiste, a delirio o a tomadura de pelo. Puede que no me toméis en serio o puede que me toméis por loco. Pero tengo la absoluta convicción de que en otra vida fui musulmán.

Es la única explicación que puedo dar al porqué cada vez que escucho el canto de una mezquita se me ponen los pelos de punta. La primera vez que escuché el canto estando cerca de la mezquita experimenté una sensación abrumadora, la voz recorre todas las calles y no sabes de dónde procede exactamente. El canto me atraía de una forma hechizadora hacia la mezquita. Y cada vez que escucho el canto y estoy cerca de una me acerco movido por un impulso casi instintivo para escuchar plenamente el cántico. Suelen ser versos del Corán interpretados como si fueran bulerías. Pero con un estilo turco propio que hace que identifiques el cántico como “moro”. Pero el sentimiento que ponen tanto en el flamenco como en el Salat (así se llaman los rezos) tienen mucho que ver.

El poder que esta oración ejerce en mí es tan grande que muchas veces se me empañan los ojos de lágrimas. Encuentro en la oración un cántico de amor puro. Los imanes, que vienen a ser los curas de las mezquitas, a veces cantan desde una habitación con ventana al exterior desde donde se les puede ver. Yo me quedo embobado mirándolos. Y es algo completamente irracional, pero siento como si mi espíritu quisiera acercarse a eso, y cuando lloro no soy yo el que llora, es como alguien que está dentro de mí recordando algo que vivió en su vida pasada. Como si mi espíritu llorase a través de mí y no fuera yo el que verdaderamente llora.

Sinceramente, esto puede sonar a locura. Pero pocas veces siento esa embriaguez que me llena escuchando los cánticos. Sólo me emociono de la misma forma cuando, a veces, mirando las estrellas adquiero total lucidez de lo pequeños que somos. Pero no me vale con mirar las estrellas y decirlo, sino que lo asumo, lo veo claramente, lo siento, y noto que formo parte del gran cosmos, y es cuando se me saltan las lágrimas, porque veo lo pequeño que realmente soy.

Yo, Fredy, el tío que más ha criticado la religión. El que la ha detestado desde siempre. Ese que si pudiera se cargaría todas las religiones del planeta de un plumazo. Llegué a pensar que la religiosidad (que no la religión) era algo precioso.


miércoles, 6 de enero de 2016

Capítulo 8 - hospitalidad

Cada vez que preguntábamos dónde estaba algo en la universidad nos acompañaban al sitio en cuestión. Podrían señalarnos con el dedo dónde está, pero preferían dejar lo que estaban haciendo y acompañarnos hasta la puerta del despacho o lo que fuera. Desde luego se dejaban todo por las personas extranjeras. Nos sentíamos abrumados con tanta hospitalidad y amabilidad. Desde luego que a la mayoría de turcos les gustaban los extranjeros y te enseñaban con mayúscula lo que es la hospitalidad.

Ese día fuimos a la oficina de policía. Teníamos que pagar por conseguir el carnet de residencia. Había un policía muy amable que nos preguntó qué equipo de Turquía nos gustaba más, si Besiktas, Galatasaray o Fenerbache. Yo le dije que el Valencia, pero no, tenía que elegir uno de Turquía, así que le dije el Galatasaray pero me dijo que no me haría el permiso hasta que no dijera que le gustaba el Besiktas, cosa que hice, porque me daba igual.

Tuvimos que ir a una tienda a comprar un colchón para Marcial, ya que yo me había quedado con uno de matrimonio que nos dejaba Jenk. Regateamos el precio todo lo que pudimos, los colchones eran de un hotel que había acabado de renovar todas sus camas y el sitio estaba lleno de colchones. También compramos unos cuantos muebles para el cuarto. Un armario de tela, un escritorio, una mesa baja para los çays y una alfombra para la habitación.

No entendíamos el idioma, pero Jenk nos traducía y regateaba al máximo por cada cosa que comprábamos. Hasta por una toalla que compré regateé. Era muy divertido, nunca sabias si acababas de comprar un chollo o te habían timado, pero cuando llegas hasta la mitad de precio inicial siempre te llena mucha satisfacción.


Tan sólo nos faltaba por comprar una nevera, fuimos a una tienda y el regateo duró mucho, no sé de qué hablaban pero cogimos una nevera que funcionaba, que es lo importante. Hicimos el traslado montados en el camión en la parte de la carga. Me gustaban ese tipo de irresponsabilidades de tráfico. Pero para irregularidades el amigo del kebab del iskender barato al que me había habituado a ir, que me llevó a casa en la moto y se metía en dirección contraría y en cada giro pensaba que nos la íbamos a pegar, pero para él era la conducción normal.

Ese día fuimos los erasmus españoles por primera vez a tomarnos algo. En el local nos dieron mantas, lo cual me parecía un lujo. Era un lugar agradable, donde nos daban de comer palomitas de maíz por cada cerveza que pedíamos. Algo que me llamó la atención fue que en vez de botellitas de agua daban una especie de envase de yogur lleno de agua. Todos los erasmus españoles habían encontrado piso, nosotros éramos de los que menos pagábamos por el piso, el equivalente a unos 60 euros por persona y otros, como González y Álvaro pagaban el doble y tenían la sensación de que sus compañeros turcos les estaban timando.

martes, 5 de enero de 2016

capítulo 7 - Mudanza

De nuevo me despertaron los kazas que sobrevolaban Eskisehir. Ese día volvimos a la universidad para inscribirnos. Marcial entró en una oficina para preguntar dónde teníamos que ir y vio a una que conocía porque había estado de erasmus en Gandia. Estuvieron hablando en inglés y yo apenas entendí nada. 

Luego conocimos al que iba a ser el encargado de los erasmus. Era un personaje peculiar, se llamaba Ahmet. Estuvimos en su despacho un tiempo y nos invitó a desayunar algún día. Nos dieron una carpeta y nos explicaron todo lo que teníamos que hacer. Nos teníamos que inscribir en la policía como habitantes de Eskisehir y sacarnos el carnet.

Volvimos a casa con Jenk y fuimos a ver el piso que habíamos alquilado. Antes fuimos a pedirle las llaves al dueño, que era médico, en su consulta. Fuimos hasta allí con el dinero y mientras atendía a un paciente entramos en su consulta y Jenk y él estuvieron hablando un rato en turco. Yo no daba crédito porque estaban atendiendo a un hombre que estaba en la camilla mientras hablaban del dinero, no se esperaba ni a que acabara la consulta. Finalmente Jenk nos pidió el dinero y le pagamos allí mismo y nos dio la llave.

Al llegar a casa vimos las habitaciones. Una era enorme, dos muy grandes y otra un poco más pequeña. El comedor también era enorme y la cocina estaba recién reformada. Decidimos jugarnos a los dados quién iba a ocupar las habitaciones. El otro turco no estaba pero íbamos a decidir por él. Yo saqué el número más alto en los dados y me tocó elegir primero. Pero no elegí la habitación gigante, sino la segunda mejor, se la cedí a Jenk la grande. Marcial escogió la otra grande y a Mete le tocaría la más pequeña que estaba al lado del comedor y tenía una vidriera que molestaría bastante para dormir.


Lo primero que hablaron Marcial y Jenk era de que querían comprar una mesa de ping pong, en vez de preocuparse por los asuntos serios como Internet, el agua y el gas.

Luego volvimos a casa de los amigos de Jenk, donde dormíamos, para hacer la mudanza. Allí Jenk tenía un armario, la lavadora y unos cuantos trastos más. Llamamos a un camión de mudanzas y el tiempo se nos echó encima, así que la mudanza se hizo a lo cafre, en vez de vaciar el armario de ropa la metió en el ascensor tal cual, con la ropa dentro, y el resto de ropa la tiraba a montones por el ascensor. Prescindían de maletas y de todo. También cogió unas cuantas alfombras, un tendedero y varios colchones.

No había suficientes colchones para todos, así que el primer día dormimos con los colchones en el comedor y usando un sofá-cama que había. Mientras tanto los otros españoles estaban hablando de organizar un viaje al sur de Turquía. Esa misma tardé conocí a un nuevo español gallego en un restaurante de et borek. El resto de españoles ya lo conocieron en El café del mundo. Me alegraba saber que íbamos a ser más españoles invadiendo Eskisehir.

Parecía que todo estaba casi listo para poder vivir.

Tenía ganas de tener mi propia cama y mi habitación.

domingo, 3 de enero de 2016

Capítulo 6 - La cama

Me dijeron que los primeros días de erasmus eran los más sorprendentes. Uno vive una saturación de vivencias incesante. No es lo mismo que hacer un viaje normal porque un turista no tiene que integrarse en el día a día de un país.

Pensaba que quitarse los zapatos en la entrada era cosa de los amigos de Jenk, pero no, al parecer en todas las casas de Turquía es costumbre quitarse los zapatos en la entrada.

Ese día decidimos Marcial y yo ir solos a la universidad para inscribirnos.

La universidad estaba al final de una calle muy larga. Me sorprendió lo grande que era. Era como un pueblo dentro de otro pueblo, donde cada edificio estaba lejos de otro y cada uno era para unas carreras distintas. Lo primero que hicimos fue averiguar dónde está la cafetería. Por suerte en nuestro edificio de cinema and comunication estaba en la parte baja. Teníamos que contactar con el encargado de los erasmus, pero esa mañana no estaba. Decidimos tomarnos un çay y relajarnos.

Entramos en los servicios y me sorprendí de ver que había wateres normales y retretes, de los de agujero en el suelo y ya está. También el dispensador de papel era automático y decidimos grabar un vídeo donde se viera esa mezcla de alta tecnología y precariedad. Los muebles de la universidad eran como de los años setenta. Era una mezcla entre modernidad absoluta y lo más obsoleto.

Cuando volvimos a casa estaba Jenk y sus amigos. Nos dijo que no podíamos entrar en la habitación en la que yo había dormido porque iba a venir un amigo suyo con una chica para follársela. Pasamos la tarde en una habitación con un ordenador y una mesita baja tomando çay. Al llegar el amigo Marcial se levató y salíó de la habitación para, y cito textualmente, “ver si estaba buena la mina que se iba a coger el pibe”. Yo le dije que no lo hiciera, que les diera intimidad. Jenk nos contaba que el amigo que iba tenía novia y se iba a follar a otra, por eso necesitaba un sitio donde follársela.

Por la tarde salimos a dar una vuelta. Nos adentramos por el interior de Eskisehir y todo nos parecía nuevo. Las calles estaban bastante destrozadas, cruzar era imposible porque no había casi semáforos de peatones. Mientras caminábamos sentíamos que estábamos inseguros, en cierto momento pensaba que me iban a atracar y le dije a Marcial que paráramos para que los que nos seguían pasasen por delante. Desde luego era todo una paranoia porque nadie nos perseguía ni estaba interesado en atracarnos. Todavía no sabíamos que Turquía era más segura que España en ese sentido. Nos guiábamos con un mapa que nos habían dado y parecíamos auténticos guiris en la ciudad.

Llegamos a un restaurante donde el Iskender valía 4 liras, o lo que es lo mismo, no llegaba a dos euros. Me comí mi primer Iskender y estaba riquísimo. Ese sitio se iba a convertir en mi lugar de referencia para comer.

Al volver pasamos por delante de un tekel en el que vimos en el expositor unos condones. Se lo dije a Marcial. Nos fijamos en otro tekel y lo mismo.

-¿Qué ha pasado? Sí que hay condones en Turquía -le dije.
-Creo que el cafre nos ha tomado el pelo.
-Y nosotros preocupados y comprando antes de venir, qué idiotas somos.
-Ha sido buena jugada de El cafre.
-Ni que lo digas.

Al llegar a casa Jenk nos sugirió ir a un sitio donde se podía jugar a la play station, en vez de máquinas recreativas hay videoconsolas donde cada uno puede jugar. Era nuestro segundo día en Turquía y ya estábamos jugando al Pro Evolution Soccer, igual que hicimos los otros años de carrera. Jugamos hasta las dos de la madrugada y luego nos fuimos a casa.

Justo cuando me fui a dormir, Marcial entró en mi habitación y me dijo: ¿Te das cuenta de que vas a dormir en una cama donde esta tarde han follado?

Ya no pude dormir a gusto.


sábado, 2 de enero de 2016

Capítulo 5 – No toquéis mi techo.

Cogimos el tren hacia Eskisehir. Todos íbamos cargados como mulas. En nuestras maletas llevábamos las cosas necesarias para sobrevivir un año. El tren tenía un vagón de restaurante al que no tardamos en ir. Allí nos tomamos nuestra primera cerveza Efes, con la cual tendríamos una estrecha relación durante todo el año. Unos turcos se acercaron a hablar con nosotros sin entender nada el inglés ni nosotros saber una palabra de turco. Lo único bueno es que nos invitaban a cervezas por la cara. Los teníamos alrededor de la mesa y decían cosas sin parar. Conseguimos, mediante gestos, hablar un poco de fútbol, de equipos de Turquía diciendo muy bueno con las manos o muy malo, y les dijimos de qué equipo eramos nosotros. Ellos parecían encantados con la conversación. Tal vez se estaban cagando en nuestra madre y nosotros les reíamos las gracias. Había un turco que estaba especialmente borracho diciendo cosas sin parar.

El trayecto duraba seis horas. Cuando estábamos a punto de llegar decidimos coger nuestro equipaje que estaba en el portamaletas de lo alto de los asientos. Marcial fue a sacar su maleta cuando el turco que estaba debajo comenzó a decir en inglés:

-¡No toquéis mi techo!

Nos quedamos mirándonos

-¡No toquéis mi techo!

Lo repitió al menos unas cinco veces. Luego se puso a hablar en turco y no le entendíamos. Parecía cabreado porque habíamos usado su parte de techo para guardar nuestras maletas. Insistía mucho en que no tocáramos su techo. Hasta que Marcial le dijo:

-Muy bien, ¿pero puedo coger mi equipaje?

El respondió que sí y finalmente bajó las maletas.

Bajamos del tren. Allí nos esperaba a Marcial y a mí un tal Jenk, con el cual habíamos contactado mediante Ignacio El Cafre y íbamos a vivir con él. Él ya había buscado pisos para nosotros aunque no íbamos a entrar hasta dentro de unos días.
El resto de españoles también tenían sus alumnos tutores que fueron a recogerles, a Lena la recogió Kubra, una erasmus que conocimos en Gandia.



En la estación había bastante gente, con el lío de maletas no me di ni cuenta ni quién estaba. Y mientras esperábamos a Jenk Marcial me dijo:

-¿Has visto a la lituana?
-¿Qué lituana?
-Nelly
-No sé de quién me hablas.
-La que estaba con la turca, está rebuena, le doy sin pensármelo.

Finalmente apareció Jenk, nos dio un abrazo. Tenía la voz grave, hablaba un español muy bueno, había estado de Erasmus en el País Vasco y aprendió bastante español. Cogimos un taxi hasta el piso de unos amigos de Jenk y él nos pagó el taxi. Nosotros queríamos pagar pero no nos dejó. Por el camino vi a González y Álvaro que llevaban unos día ya en Eskisehir, les llamé pero no me escucharon. Jenk Estaba siendo muy hospitalario con nosotros.

Subimos al piso de los amigos de Jenk. Nos presentó a sus amigos turcos. Uno de ellos me preguntó con cuántos españoles habíamos venido y cuantas chicas había. Me dijo que si yo le presentaba a españolas él me presentaría a sus amigas turcas, como si fuese un intercambio de ganado. Yo le dije que sí, pero me parecía todo un poco patético.

Conseguí contactar con mi casa por la noche. Les dije que estaba bien. Todo me resultaba nuevo. Las calles me sorprendían por la cantidad de tiendas que había. Jenk nos llevó a cenar a un restaurante de tantunis, nos enseñó a pedir en turco un tantuni, y tal vez sea la frase que más utilizamos en todo el año. El tantuni se componía de un bocadillo con trozos de carne de pollo y especias que estaba riquísimo. Para acompañarlo nos tomamos un ayran, que al principio no me gustó pero luego terminé adicto a él.

En la habitación que me tocaba dormir esa noche había en un escritorio unas fotos y una escultura de un hombre. Marcial me dijo que se trataba de Ataturk, y que todos los turcos estaba locos con él. Yo antes de ir a Turquía jamás había escuchado su nombre ni sabía de su existencia. Luego me di cuenta hasta qué punto los turcos aman a ese hombre.

Luego Jenk me preguntó con cuantas españolas había venido, me resultó extraña su pregunta, le dije
igual que me preguntó su amigo, le dije que venían tres y por qué lo preguntaba. Me dijo que por nada y cambió de tema. Nos dijo que pronto vendría su otro compañero de piso que se llamaba Mete.

Esa primera noche dormí en una cama desconocida pero del cansancio caí rendido enseguida. A la mañana siguiente desperté con el ruído de unos kazas, pasó uno, pasó otro, no entendía nada, era como estar en guerra. Les pregunté a los turcos y me dijeron que había una base militar cercana y que escuchar kazas era normal.

Todo me resultaba confuso, pero tenía ganas de conocer un nuevo país y una nueva cultura y disfrutar al máximo de ese año de Eramus para olvidar a Alicia de una vez.

martes, 29 de diciembre de 2015

Capítulo 4 - La llegada


Hicimos escala en Londres. Lo que más me sorprendió fue que el aeropuerto estaba lleno pero se escuchaba el silencio. Estaba todo lleno de gente civilizada. En España es impensable escuchar el silencio entre tanta gente si en un bar con cuatro mesas ya todos hablan a grito limpio.

En Londres conocimos a otra Erasmus que se quedaba allí y nos acompañó durante toda la noche que hicimos escala. Era psicóloga y nos habló de lo mucho que iba a pagar por estar en la residencia de su universidad. Nosotros sabíamos que en Turquía no pagaríamos esos precios.

Los aeropuertos me encantan. Me gusta ver las caras de la gente que va y viene sin cesar. Todas tienen algo distinto y todas se parecen. En aeropuertos como el de Londres siempre se pueden ver personas de todo el mundo. La mayoría son raros, pero lo mismo deben pensar ellos de mí, si es que piensan.

Entre todo el algarabío de gente de vez en cuando pasa toda la tripulación de un avión en manada. Normalmente la manada siempre la encabeza el piloto y detrás le siguen las azafatas, que más que asistentes de vuelo parecen sus putillas a sueldo.

A las 6 de la mañana tenía que embarcar rumbo a Estambul. En la puerta de embarque uno se va haciendo la idea de cómo serán las personas que se encontrará en el país. A primera vista no son muy diferentes de los occidentales latinos, salvo por el hecho de que algunas mujeres llevaban velo y daban mucho el cante. Además los velos tenían colores chillones verdaderamente horribles. Creo que deberían prohibir los velos, pero  no por lo que representan ni por el atentado contra los derechos fundamentales del ser humano, sino por antiestético y por hortera, y es que esos estampados de flores no tienen perdón de dios.

Tras observar detenidamente a todos los turcos que hacían cola y mientras escuchaba lo que decían con su idioma inteligible trataba de averiguar qué era ese toque que los hacía diferentes. En realidad son como los españoles, pero más agitanados. Tienen caras similares pero con rasgos egipcios (por llamarlo de algún modo). Las mujeres tienen ojos grandes y napias kilométricas y los peinados que llevan les hacen parecer polluelos cacareando en un corral.

En el avión se pusieron a dar las instrucciones en turco y saqué una conclusión: el turco es un idioma que suena igual que los mensajes ocultos invertidos. Haced la prueba: grabaos diciendo cualquier cosa, luego invertid la voz y estaréis hablando algo similar al turco.

El vuelo duró tres horas. Viajé con los otros españoles que vienen conmigo a la misma universidad. En total seremos en Eskisehir unos 15 o 16 españoles, si es que no encontramos a más por el camino. Al aterrizar y atravesar la puerta de la aduana (yo ya tenía un visado de estudiante que me costó 58 euros y no tuve que pagar más) se nos abalanzaron varios hombres ofreciéndonos llevarnos en minibús a dónde teníamos que ir. Queríamos coger un tren hacia Eskisehir desde la estación de tren. Y yo no me fiaba de ellos. Tenía la sensación de que nos querían estafar. Tras preguntar a información y a todas partes sobre cómo ir a la estación de tren decidimos coger uno de esos minibuses. Nos cobraron unos 8 euros por llevarnos a la estación de tren.

Lo peor fue que subimos en unas furgonetas enormes, nos pusieron música turca y nos llevaron por la carretera en dirección a no se sabe dónde, los que conducían se paraban a preguntar a la gente por dónde se iba a la estación, lo cual nos generaba más desconfianza acerca de la profesionalidad de los que nos estaban llevando. Uno de los que viajaba conmigo, Victor, comenzó a decir que nos iban a quitar los órganos, pero que no nos preocupásemos porque se podía vivir perfectamente sin un riñón.

Tuve el primer contacto con lo que es el sistema de circulación viaria en Turquía,  pero ya hablaré de esto más adelante pues da para escribir una tesis doctoral al respecto. Tan sólo decir que el tráfico en Turquía es lo más caótico que he visto en mi vida.

Miraba por la ventana y todas las calles estaban llenas de tiendas. Los letreros tenían una tipografía horrible. Pero en cuanto llegamos a la estación decidimos entrar en un bar y tomarnos nuestro primer té, llamado çay. También probé el café, que es más bien arenoso y no vale nada. Y lo mejor de todo vino cuando compramos nuestro primer dorum y nos cobraron 2 liras turcas, lo que equivale a un euro. Y eso es lo que más me ponía cachondo de todo.



Pese al caos y pese al desastre, y pese a que la primera impresión de Turquía era como estar en un auténtico Kebap del tamaño de una ciudad… había un encanto que tampoco lograba entender de dónde procedía… o quizás sí.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Capítulo 3 - Aeropuerto

Quedamos en Valencia con Ignacio, más conocido como el cafre. Él acababa de volver de Turquía. Nos dijo que se lo pasó muy bien por allí. Nos recomendó sitios a los que ir y, sobre todo, nos hizo una advertencia.

-En Turquía no hay condones, tenéis que llevarlos de España. Hay una auténtica demanda y tráfico de condones allí.

No íbamos a poner en duda su palabra. Así que el día que partimos Marcial compró cuatro cajas para todos.

En el aeropuerto me dio mis dos cajas y no tenía sitio para ponerlas, las puse en mi bolsillo tratando de disimular delante de mis padres, que habían venido a despedirme. Finalmente la idea de cruzarnos Europa en furgoneta se fue al traste porque Marcos no tenia la furgoneta.

Yo todavía pensaba en Alicia, aunque estuviera con otro pensaba que de algún modo podría volver con ella si hacía algo, pero tampoco iba a estar todo un año pensando en una persona que ya no me quiere y que está con otro.

En el aeropuerto éramos seis personas, Marcial, Marcos, Ana, Jandro, Miriam, Lena y yo. La situación era triste por los familiares, que nos despedían y se preocupaban por nosotros sin saber cuándo nos volverían a ver. Y por otra era cómica porque yo no sabía dónde esconder los condones que Marcial me había comprado ante la mirada triste de mis padres.

Cruzamos la seguridad de embarque y yo dejé todos los trastos en la cinta de rayos X. Cuando de pronto la cinta fue para atrás y tiró mi bolsa que llevaba el portatil. Me enfadé y les dije que fueran con cuidado. Mis padres me observaban a lo lejos. Una vez en la zona de embarque comprobé que el monitor no me funcionaba. Llamé a la Guardia Civil que estaba allí y les puse al corriente de lo que había pasado. Apuntaron todo en sus papeles y pidieron declaración a todos los testigos del hecho.

Empezaba mi periplo erasmus y ya me quedaba sin una pieza fundamental para mí: el portátil. Les dije que lo denunciaría y escribí en la hoja de reclamaciones todo lo que pasó.

Mientras esperábamos en la fila de embarque me tiré un insonoro pedo que hizo a todo el mundo moverse, yo me callé, no dije que fui yo para no parecer un cerdo.

El vuelo nos llevaría a Londres y de Londres viajaríamos hasta Estambul, de Estambul tendríamos que coger un tren que nos llevase hasta Eskisehir.


Tenía ganas de llegar.
 
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