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sábado, 2 de enero de 2016

Capítulo 5 – No toquéis mi techo.

Cogimos el tren hacia Eskisehir. Todos íbamos cargados como mulas. En nuestras maletas llevábamos las cosas necesarias para sobrevivir un año. El tren tenía un vagón de restaurante al que no tardamos en ir. Allí nos tomamos nuestra primera cerveza Efes, con la cual tendríamos una estrecha relación durante todo el año. Unos turcos se acercaron a hablar con nosotros sin entender nada el inglés ni nosotros saber una palabra de turco. Lo único bueno es que nos invitaban a cervezas por la cara. Los teníamos alrededor de la mesa y decían cosas sin parar. Conseguimos, mediante gestos, hablar un poco de fútbol, de equipos de Turquía diciendo muy bueno con las manos o muy malo, y les dijimos de qué equipo eramos nosotros. Ellos parecían encantados con la conversación. Tal vez se estaban cagando en nuestra madre y nosotros les reíamos las gracias. Había un turco que estaba especialmente borracho diciendo cosas sin parar.

El trayecto duraba seis horas. Cuando estábamos a punto de llegar decidimos coger nuestro equipaje que estaba en el portamaletas de lo alto de los asientos. Marcial fue a sacar su maleta cuando el turco que estaba debajo comenzó a decir en inglés:

-¡No toquéis mi techo!

Nos quedamos mirándonos

-¡No toquéis mi techo!

Lo repitió al menos unas cinco veces. Luego se puso a hablar en turco y no le entendíamos. Parecía cabreado porque habíamos usado su parte de techo para guardar nuestras maletas. Insistía mucho en que no tocáramos su techo. Hasta que Marcial le dijo:

-Muy bien, ¿pero puedo coger mi equipaje?

El respondió que sí y finalmente bajó las maletas.

Bajamos del tren. Allí nos esperaba a Marcial y a mí un tal Jenk, con el cual habíamos contactado mediante Ignacio El Cafre y íbamos a vivir con él. Él ya había buscado pisos para nosotros aunque no íbamos a entrar hasta dentro de unos días.
El resto de españoles también tenían sus alumnos tutores que fueron a recogerles, a Lena la recogió Kubra, una erasmus que conocimos en Gandia.



En la estación había bastante gente, con el lío de maletas no me di ni cuenta ni quién estaba. Y mientras esperábamos a Jenk Marcial me dijo:

-¿Has visto a la lituana?
-¿Qué lituana?
-Nelly
-No sé de quién me hablas.
-La que estaba con la turca, está rebuena, le doy sin pensármelo.

Finalmente apareció Jenk, nos dio un abrazo. Tenía la voz grave, hablaba un español muy bueno, había estado de Erasmus en el País Vasco y aprendió bastante español. Cogimos un taxi hasta el piso de unos amigos de Jenk y él nos pagó el taxi. Nosotros queríamos pagar pero no nos dejó. Por el camino vi a González y Álvaro que llevaban unos día ya en Eskisehir, les llamé pero no me escucharon. Jenk Estaba siendo muy hospitalario con nosotros.

Subimos al piso de los amigos de Jenk. Nos presentó a sus amigos turcos. Uno de ellos me preguntó con cuántos españoles habíamos venido y cuantas chicas había. Me dijo que si yo le presentaba a españolas él me presentaría a sus amigas turcas, como si fuese un intercambio de ganado. Yo le dije que sí, pero me parecía todo un poco patético.

Conseguí contactar con mi casa por la noche. Les dije que estaba bien. Todo me resultaba nuevo. Las calles me sorprendían por la cantidad de tiendas que había. Jenk nos llevó a cenar a un restaurante de tantunis, nos enseñó a pedir en turco un tantuni, y tal vez sea la frase que más utilizamos en todo el año. El tantuni se componía de un bocadillo con trozos de carne de pollo y especias que estaba riquísimo. Para acompañarlo nos tomamos un ayran, que al principio no me gustó pero luego terminé adicto a él.

En la habitación que me tocaba dormir esa noche había en un escritorio unas fotos y una escultura de un hombre. Marcial me dijo que se trataba de Ataturk, y que todos los turcos estaba locos con él. Yo antes de ir a Turquía jamás había escuchado su nombre ni sabía de su existencia. Luego me di cuenta hasta qué punto los turcos aman a ese hombre.

Luego Jenk me preguntó con cuantas españolas había venido, me resultó extraña su pregunta, le dije
igual que me preguntó su amigo, le dije que venían tres y por qué lo preguntaba. Me dijo que por nada y cambió de tema. Nos dijo que pronto vendría su otro compañero de piso que se llamaba Mete.

Esa primera noche dormí en una cama desconocida pero del cansancio caí rendido enseguida. A la mañana siguiente desperté con el ruído de unos kazas, pasó uno, pasó otro, no entendía nada, era como estar en guerra. Les pregunté a los turcos y me dijeron que había una base militar cercana y que escuchar kazas era normal.

Todo me resultaba confuso, pero tenía ganas de conocer un nuevo país y una nueva cultura y disfrutar al máximo de ese año de Eramus para olvidar a Alicia de una vez.

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