Hicimos escala en Londres. Lo que más me sorprendió fue que el aeropuerto estaba lleno pero se escuchaba el silencio. Estaba todo lleno de gente civilizada. En España es impensable escuchar el silencio entre tanta gente si en un bar con cuatro mesas ya todos hablan a grito limpio.
En Londres conocimos a otra Erasmus que se quedaba allí y nos acompañó durante toda la noche que hicimos escala. Era psicóloga y nos habló de lo mucho que iba a pagar por estar en la residencia de su universidad. Nosotros sabíamos que en Turquía no pagaríamos esos precios.
Los aeropuertos me encantan. Me gusta ver las caras de la gente que va y viene sin cesar. Todas tienen algo distinto y todas se parecen. En aeropuertos como el de Londres siempre se pueden ver personas de todo el mundo. La mayoría son raros, pero lo mismo deben pensar ellos de mí, si es que piensan.
Entre
todo el algarabío de gente de vez en cuando pasa toda la tripulación
de un avión en manada. Normalmente la manada siempre la encabeza el
piloto y detrás le siguen las azafatas, que más que asistentes de
vuelo parecen sus putillas a sueldo.
A
las 6 de la mañana tenía que embarcar rumbo a Estambul. En la
puerta de embarque uno se va haciendo la idea de cómo serán las
personas que se encontrará en el país. A primera vista no son muy
diferentes de los occidentales latinos, salvo por el hecho de que
algunas mujeres llevaban velo y daban mucho el cante. Además los
velos tenían colores chillones verdaderamente horribles. Creo que
deberían prohibir los velos, pero no por lo que representan ni
por el atentado contra los derechos fundamentales del ser humano,
sino por antiestético y por hortera, y es que esos estampados de
flores no tienen perdón de dios.
Tras
observar detenidamente a todos los turcos que hacían cola y mientras
escuchaba lo que decían con su idioma inteligible trataba de
averiguar qué era ese toque que los hacía diferentes. En realidad
son como los españoles, pero más agitanados. Tienen caras similares
pero con rasgos egipcios (por llamarlo de algún modo). Las mujeres
tienen ojos grandes y napias kilométricas y los peinados que llevan
les hacen parecer polluelos cacareando en un corral.
En
el avión se pusieron a dar las instrucciones en turco y saqué una
conclusión: el turco es un idioma que suena igual que los mensajes
ocultos invertidos. Haced la prueba: grabaos diciendo cualquier cosa,
luego invertid la voz y estaréis hablando algo similar al turco.
El
vuelo duró tres horas. Viajé con los otros españoles que vienen
conmigo a la misma universidad. En total seremos en Eskisehir unos 15
o 16 españoles, si es que no encontramos a más por el camino. Al
aterrizar y atravesar la puerta de la aduana (yo ya tenía un visado
de estudiante que me costó 58 euros y no tuve que pagar más) se nos
abalanzaron varios hombres ofreciéndonos llevarnos en minibús a
dónde teníamos que ir. Queríamos coger un tren hacia Eskisehir
desde la estación de tren. Y yo no me fiaba de ellos. Tenía la
sensación de que nos querían estafar. Tras preguntar a información
y a todas partes sobre cómo ir a la estación de tren decidimos
coger uno de esos minibuses. Nos cobraron unos 8 euros por llevarnos
a la estación de tren.
Lo
peor fue que subimos en unas furgonetas enormes, nos pusieron música
turca y nos llevaron por la carretera en dirección a no se sabe
dónde, los que conducían se paraban a preguntar a la gente por
dónde se iba a la estación, lo cual nos generaba más desconfianza
acerca de la profesionalidad de los que nos estaban llevando. Uno de
los que viajaba conmigo, Victor, comenzó a decir que nos iban a
quitar los órganos, pero que no nos preocupásemos porque se podía
vivir perfectamente sin un riñón.
Tuve
el primer contacto con lo que es el sistema de circulación viaria en
Turquía, pero ya hablaré de esto más adelante pues da para
escribir una tesis doctoral al respecto. Tan sólo decir que el
tráfico en Turquía es lo más caótico que he visto en mi vida.
Miraba
por la ventana y todas las calles estaban llenas de tiendas. Los
letreros tenían una tipografía horrible. Pero en cuanto llegamos a
la estación decidimos entrar en un bar y tomarnos nuestro primer té,
llamado çay. También probé el café, que es más bien arenoso y
no vale nada. Y lo mejor de todo vino cuando compramos nuestro primer
dorum y nos cobraron 2 liras turcas, lo que equivale a un euro. Y eso
es lo que más me ponía cachondo de todo.
Pese
al caos y pese al desastre, y pese a que la primera impresión de
Turquía era como estar en un auténtico Kebap del tamaño de una
ciudad… había un encanto que tampoco lograba entender de dónde
procedía… o quizás sí.
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