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jueves, 7 de enero de 2016

Capítulo 9 - Cánticos


Me despertó la música de un camión de agua que repartía por la zona. Al parecer los turcos eran muy aficionados a tener agua de envase y pasaban los camiones por la mañana con su música particular para que la gente supiera que ya han llegado.

Ese día llegó Mete. Pero llegó con una almorrana en el culo y apenas podía caminar. No sabía hablar inglés. Jenk nos traducía lo que quería decir. Se pasó el día tumbado en la cama boca abajo. Y Jenk, de vez en cuando, le tiraba agua caliente con la tetera en el culo. Él decía, "voy a ponerle el cacharro en el culo".

Marcial al ver eso me dijo: Estás que yo le hago eso a un amigo. Por mí se podría morir antes de tirarle agua caliente con una tetera en el culo.

Por la tarde fuimos al Café del Mundo, que era un local situado por el centro de la ciudad, cerca de donde cruza la vía del tren, y tenía tres plantas, la última era una terraza donde los fumadores podían fumar. Era un local de viajeros donde todo está decorado con detalles y recuerdos de viajes, y en sus estanterías están llenas de libros de viaje, y tienen, por ejemplo todas las guías de la Lonely Planet en inglés. Sin duda se convertiría en nuestro bar de referencia y sagrado de noches de fiesta y desfase. Una parada esencial antes de ir a locales como Up and Down, Hayal o 222.

Por otro lado, puede sonar a chiste, a delirio o a tomadura de pelo. Puede que no me toméis en serio o puede que me toméis por loco. Pero tengo la absoluta convicción de que en otra vida fui musulmán.

Es la única explicación que puedo dar al porqué cada vez que escucho el canto de una mezquita se me ponen los pelos de punta. La primera vez que escuché el canto estando cerca de la mezquita experimenté una sensación abrumadora, la voz recorre todas las calles y no sabes de dónde procede exactamente. El canto me atraía de una forma hechizadora hacia la mezquita. Y cada vez que escucho el canto y estoy cerca de una me acerco movido por un impulso casi instintivo para escuchar plenamente el cántico. Suelen ser versos del Corán interpretados como si fueran bulerías. Pero con un estilo turco propio que hace que identifiques el cántico como “moro”. Pero el sentimiento que ponen tanto en el flamenco como en el Salat (así se llaman los rezos) tienen mucho que ver.

El poder que esta oración ejerce en mí es tan grande que muchas veces se me empañan los ojos de lágrimas. Encuentro en la oración un cántico de amor puro. Los imanes, que vienen a ser los curas de las mezquitas, a veces cantan desde una habitación con ventana al exterior desde donde se les puede ver. Yo me quedo embobado mirándolos. Y es algo completamente irracional, pero siento como si mi espíritu quisiera acercarse a eso, y cuando lloro no soy yo el que llora, es como alguien que está dentro de mí recordando algo que vivió en su vida pasada. Como si mi espíritu llorase a través de mí y no fuera yo el que verdaderamente llora.

Sinceramente, esto puede sonar a locura. Pero pocas veces siento esa embriaguez que me llena escuchando los cánticos. Sólo me emociono de la misma forma cuando, a veces, mirando las estrellas adquiero total lucidez de lo pequeños que somos. Pero no me vale con mirar las estrellas y decirlo, sino que lo asumo, lo veo claramente, lo siento, y noto que formo parte del gran cosmos, y es cuando se me saltan las lágrimas, porque veo lo pequeño que realmente soy.

Yo, Fredy, el tío que más ha criticado la religión. El que la ha detestado desde siempre. Ese que si pudiera se cargaría todas las religiones del planeta de un plumazo. Llegué a pensar que la religiosidad (que no la religión) era algo precioso.


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